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En mi pasada intervención en La Verdad, comentaba acerca de la fortuna que corrió la ópera prima de Patricia Riggen, Bajo la misma Luna, con respecto a la importancia de que la productora Foxsearchligt la haya adquirido. Pero analizando la decisión de la transnacional, no es cuestión de “apoyo” al cine mexicano, sino pura conveniencia económica. Es por demás obvio hacer esta acotación, ya que en Hollywood “business is business”. Si recordamos que el largometraje de Riggen aborda la triste situación de los migrantes mexicanos que abandonan a sus familias para poder darles una vida mejor; por el puro lado económicamente redituable, hay un público ávido por este tipo de filmes. Y aún más en el contexto político que se está viviendo en los Estados Unidos, en el que todos los precandidatos a la presidencia del país más poderoso del orbe, ya sean demócratas o republicanos, ruegan por los votos de los latinos con discursos repletos de demagogia, aunque es lo menos que podemos esperar de cualquier político. Así pues, el éxito taquillero de Bajo la misma Luna no es casual.
También comentaba en mi pasada crítica que la película en cuestión no representa fehacientemente al cuestionable “nuevo cine mexicano” (aunque todo filme mexicano que se estrene, es nuevo, pero bueno). Hay películas hechas en nuestro país que realmente merecen una mejor suerte, un mayor apoyo, una productora que se interese en invertir en buen cine. La nada comparable Japón (2003), dirigida por Carlos Reygadas, permaneció fuera de la agenda hollywoodense. Sin embargo, recibió una vasta cantidad de premios en lugares como Cuba, Estocolmo, Bratislava, Montreal, Bruselas, Cannes y Ecuador, por mencionar algunos. Ponga especial atención en que no mencioné Estados Unidos, ¿por qué? La respuesta a esta interrogante es simple: a las productoras gabachas no les interesa el cine como arte, sino como una máquina de ganancias, de billete verde. Y claro está que Japón no es una película que se pueda explotar comercialmente, no es una película simple como las que buscan productoras como Foxsearchligth.
Un caso más reciente es El Violín (2006), ópera prima del guionista y ahora debutante director mexicano Francisco Vargas Quevedo. La historia, en palabras del propio realizador: "cómo un viejo que tiene la música, que tiene el violín, quiere las armas, porque las necesita para cambiar su vida, y cómo un militar que tiene las armas quiere el violín para cambiar su vida". La película aborda los derechos indígenas y las guerras de guerrillas latinoamericanas, todo esto embadurnado con la música que emana del violín de Don Plutarco (Ángel Tavira).
Aunque pareciera ser un tema explotable en taquilla, El Violín no tuvo el apoyo de una productora importante que le haya dado una proyección en medios como lo merecía. No obstante, se logró posicionar como la segunda más taquillera en México y América Latina, desbancando a El Callejón de los Milagros, Cronos, entre otras. La productora mexicana Canana Films (propiedad de Gael García y Diego Luna), se encargó de la distribución de dicho filme, pero, paradójicamente, en lugar del apoyo incondicional a un buen producto, a un año del estreno de El Violín, Francisco Vargas no había recibido ningún peso de regalías por su película. Por esto, el director hizo un llamado público a crear una ley para proteger al cine mexicano, aún de los mismos productores mexicanos. Los largometrajes El Violín y Japón, son un ejemplo de que incursionar en la industria del cine en México es toda una aventura. A pesar de que películas como éstas no reciben apoyo ni por productoras pudientes ni por las leyes mexicanas, afortunadamente aún hay cineastas interesados en presentarnos historias contadas de una manera especial, diferente, fuera de los cánones establecidos por la industria de Hollywood. Vale la pena consumir este tipo de filmes, vale mucho la pena pagar un boleto por ver en la pantalla grande una de estas películas. Lástima que cuando por fin llegan a cartelera, duran a lo mucho una semana y se proyectan en una sala con sólo uno o dos horarios, siendo que “las que venden” están en cuatro o cinco salas con horarios para escoger. Esperemos que esto cambie algún día, por lo pronto, consumamos cine mexicano.
También comentaba en mi pasada crítica que la película en cuestión no representa fehacientemente al cuestionable “nuevo cine mexicano” (aunque todo filme mexicano que se estrene, es nuevo, pero bueno). Hay películas hechas en nuestro país que realmente merecen una mejor suerte, un mayor apoyo, una productora que se interese en invertir en buen cine. La nada comparable Japón (2003), dirigida por Carlos Reygadas, permaneció fuera de la agenda hollywoodense. Sin embargo, recibió una vasta cantidad de premios en lugares como Cuba, Estocolmo, Bratislava, Montreal, Bruselas, Cannes y Ecuador, por mencionar algunos. Ponga especial atención en que no mencioné Estados Unidos, ¿por qué? La respuesta a esta interrogante es simple: a las productoras gabachas no les interesa el cine como arte, sino como una máquina de ganancias, de billete verde. Y claro está que Japón no es una película que se pueda explotar comercialmente, no es una película simple como las que buscan productoras como Foxsearchligth.
Un caso más reciente es El Violín (2006), ópera prima del guionista y ahora debutante director mexicano Francisco Vargas Quevedo. La historia, en palabras del propio realizador: "cómo un viejo que tiene la música, que tiene el violín, quiere las armas, porque las necesita para cambiar su vida, y cómo un militar que tiene las armas quiere el violín para cambiar su vida". La película aborda los derechos indígenas y las guerras de guerrillas latinoamericanas, todo esto embadurnado con la música que emana del violín de Don Plutarco (Ángel Tavira).
Aunque pareciera ser un tema explotable en taquilla, El Violín no tuvo el apoyo de una productora importante que le haya dado una proyección en medios como lo merecía. No obstante, se logró posicionar como la segunda más taquillera en México y América Latina, desbancando a El Callejón de los Milagros, Cronos, entre otras. La productora mexicana Canana Films (propiedad de Gael García y Diego Luna), se encargó de la distribución de dicho filme, pero, paradójicamente, en lugar del apoyo incondicional a un buen producto, a un año del estreno de El Violín, Francisco Vargas no había recibido ningún peso de regalías por su película. Por esto, el director hizo un llamado público a crear una ley para proteger al cine mexicano, aún de los mismos productores mexicanos. Los largometrajes El Violín y Japón, son un ejemplo de que incursionar en la industria del cine en México es toda una aventura. A pesar de que películas como éstas no reciben apoyo ni por productoras pudientes ni por las leyes mexicanas, afortunadamente aún hay cineastas interesados en presentarnos historias contadas de una manera especial, diferente, fuera de los cánones establecidos por la industria de Hollywood. Vale la pena consumir este tipo de filmes, vale mucho la pena pagar un boleto por ver en la pantalla grande una de estas películas. Lástima que cuando por fin llegan a cartelera, duran a lo mucho una semana y se proyectan en una sala con sólo uno o dos horarios, siendo que “las que venden” están en cuatro o cinco salas con horarios para escoger. Esperemos que esto cambie algún día, por lo pronto, consumamos cine mexicano.
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